miércoles, diciembre 20, 2006

Naufragando


Mi embarcación naufragó.
Mi botecito en forma de pez.
Me desvié a escribir poesía a la noche,
poemas de tormento,
y el huracán no se detuvo a considerar.
Vivía con parecida tensión;
acarreó los bramidos mutiladores,
a las corrientes perdidas en el amor,
que estaban encerradas en dos corazones desconocidos.

Con valentía, me expuse al babel,
en mi botecito en forma de pez,
mientras los vientos tormentosos
destrozaban las velas
de mi botecito en forma de pez.

A la ráfaga me eché,
con mi poema eterno
y mis lágrimas se convirtieron en mar,
desazonados poemas,
perturbados por el soplo del corazón del huracán.

Sola, me vi naufragar.
Comencé a rezar al dios que no existe.
Las tinieblas de lo líquido,
del ras, del vendaval,
de los desgarradores poemas que mi voz recitaba,
me trajeron a un marinero en alta mar.

Marinero, que con determinación fuerte
asió el mástil de mi quebrantada vida,
una determinación que al ser iluminadas por el fuego de los truenos,
brillaba como espuma de plata.

Y a pesar de todos yo sí lo vi salvarme,
lo vi fuerte, lo vi amarme
mientras mi botecito en forma de pez,
donde cabían todos los sueños imposible,
se hundía poco a poco,
como las mil estrellas ante un amanecer,
con el peso de mis dudas, condensadas todas ellas
en mi simple botecito en forma de pez.

Fue la vez primera,
el amor primero,
el corazón limpio,
ese marinero.

Ya salva en tierra
al levantar la mirada mojada,
él ya no estaba,
y me di cuenta
de que tú me esperabas,
asegurándome que la vida
sólo se vive una vez
y yo le decía adiós eternamente,
adiós para siempre,
a mi triste botecito en forma de pez.

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