lunes, septiembre 25, 2006

Para buen entendedor...


Lo de las fotos
Lo de las fotos, Dios, qué fuerte; lo de las fotos es toda una historia, pero eso es otra historia.
—Bueno, y lo del diafragma; eso otra.—Ya, ¿y del tiempo de exposición qué me dices?—Claro, y lo del clic.—Hostias, es verdad, lo del clic, ya no me acordaba.—Bueno..., y después está..., lo de la chavalita de la tienda de revelar.—Eso, eso.
Hipólito G. Navarro

En pocas palabras el asunto
Él, por más señas piloto de fumigación, está prácticamente arruinado por hacer tantas fotos para así tener la excusa de contemplar, ya que no otra cosa, a la chavalita de los revelados. Datis la primera cuestion. El juego que se inventa es grotesco: se ve como extranjero lunes, martes jueves, viernes, miércoles: descanso, sábados, domingos: lo que se tercie, improvisado. Bueno, otros juegan al tenis, qué más da. Horas jodidas en casita: vapuleo de moscas posiblemente en descargo de una carrera universitaria más o menos biológica y frustrada (que llamar leptinotarsas a los bichos de la patata es más pedante que científico en boca de un fotógrafo fumigativo), desviación que habría que estudiar en profundidad y que ahora no viene al caso. Luego, presumiblemente (más bien certeza), anuncios por palabras: contactos: ofrécese buen cuerpo no se hacen preguntas se hace lo que se hace. La cadena lógica siguiente es: muchacho, cámbiame para el teléfono. No hay cambio; luego sí, ahora tiene usted la oportunidad de cambiar, monedas que no entran por la ranura: premonición de un fracaso coito-vaginal posterior. Equivocaciones varias con el número telefónico (pero bueno, ¿otra vez este hombre?) y finalmente visita personal. Obviamente (piloto de fumigación tenía que ser (la niebla sobre la finca es una metáfora (la metáfora, mucho ojo, que algunas veces se confunde, no es un chiste (un chiste, eso sí, nunca está de más), palo final: Yo venía por lo del anuncio —eso por el telefonillo de abajo—. Suba, suba (voz distorsionada por la técnica pero, carajo carajo, conocida). Ascensor estropeado, doce pisos, sudores; puerta letra C, abierta, invitativa finalmente. En el salón, con prendas nunca antes conocidas ni imaginadas (cagonlaputa, bocado en la lengua), ¿quién?: obviamente, la chavalita de los revelados. Él se mete las manos en los bolsillos. En ellos no lleva escarabajos de la patata. Podría haber sido. Y es que, a buen encendedor no le hace sombra un fósforo, y con pocos cigarrillos le basta.
[De El aburrimiento, Lester. Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1996]

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