sábado, noviembre 18, 2006

El cuento de su triste amor


Anhela el estar gastado de viajar, conocer espacios distantes y pensar que al fin quiere llegar pero éste, éste no es el instante.La taza de té nocturno lo espera en su mustio domicilio de alquiler, donde el hombre-niño, que en el tiempo regresó, ríe con una sonrisa triste que sólo los gatos negros pueden comprender.
La niña-mujer allí estaba sola, perdida, como amortajada, mientras en los contornos de la vieja ciudad el hombre-niño, toma un microbús en orientación a ella, a la estrella que en otra vida tuvo y piensa que sabe reconocer.

La puerta siempre abierta. Sólo tiene que entrar, sobresale una nueva pero reconocida sensación. Sobre la mesa: tres llaves, el lápiz de siempre, una página rosada con un poema a medio comenzar o a medio terminar. El calor reconocido del hogar.
La atmósfera complaciente y feliz de estar, de regresar. Sin embargo un sollozo llega desde el fondo de la casa. “Es quizás el preámbulo de una mala sorpresa”, piensa él. Sin saber que esperar, se acerca al umbral de la habitación tantas veces compartida. La ve bajar la mirada sombría que le había acariciado tantas mañanas de lluvia. Hacía escasamente unos meses o casi un año y aquellos ojos que entregaban todo lo que él tocaba, estaban sumergidos en el silencio, mientras él sufría por dentro el vertiginoso pensamiento de culpa que le permitía acercarse.

¿Quién llora así?, pregunta, intentado despreocuparse de la sentencia que escuchará. La mira sin encontrar reciprocidad, ella ha cubierto su cara con el velo del miedo. Él se guía por el llanto, camina despacio, como hipnotizado, observando las paredes, ¿siempre estuvieron tan desnudas? Fueron siempre lechosas, ahora le recuerdan espejos que no reflejan alguna imagen.

Llega lentamente a la habitación donde alguna vez guardó todos sus recuerdos. Hay un viejo, de cabello y barba blanca, sentado sobre la cama. Tiene su cabeza apoyada sobre sus propias manos, y esconde las lágrimas que no sabe de qué sal están hechas.

"Caminaba por aquí", dice apartando la vista del anciano. No sabe quién es y está en su cuarto de recuerdos. Como una película repetida, los dos cuerpos enrollados entre las sábanas se reflejan en las paredes lechosas, entre recuerdos y realidades. Y su pecho respira hondo y su corazón se enfurece. Todas las horas del destino ahora son cartas sin remitente. Lluvias de sed, sobre un desierto repleto de satisfacciones interminables. Llanto de un caminante dormido. Es ese el pasado, la historia de su triste amor.

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