
Sé que me nombrarás a gritos, a pesar de ser precisamente yo quien sólo pueda escucharte.
Allá en la lejanía el rocío hizará su mano, como para encantar a esta pobre alma al camino desgarrado de una corta vida.
Sé que, a pesar de la nada que se acerca, llegaré hasta ti, que mi mano se despegará de quien me idolatra, sin que se de cuenta; que andaré hasta no saber porqué lo hago, cuando ya sea tarde para recapacitar.
Sé que, cuando tu mano me despoje la posibilidad de regresar, cuando me devore la expulsión precipitada, mi alma dejará de idealizar para vislumbrar el hilo suave que, como cabo de barco, me arrastrará hacia lo alto, aunque yo apenas me de cuenta.
Sé que una presencia invisible levantará este cuerpo hacia el cosmos, con la fuerza y rapidez de una madre al salvar al niño del peligro irremediable.
Al sentir esa mano, tú desaparecerás.
Y una mano diferente ocupará tu expresión, perdida entre rocas de suave sal, mirando y buscando alguna huella en el mar, en los cerros, en la calles, y los edificios redondos.
Sé que cambiará mi mundo, o que el mundo me cambiará.
Y la vida será la muerte, y la muerte la vida,
y no temeré las intenciones que la razón desconoce,
y que tanto tienen de felicidad.
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