Desapareciendo...
Me despierto en medio de la noche y busco algún lugar en mi mente que me traiga el recuerdo del perfume de narcisos. La callada noche regresa con sombras de un lago en tierras lejanas a las que nunca más volví. Con ellas vuelven los sonidos de la tierra y del cielo, cuando tras unos pasos inciertos, una apuesta por la vida se transformó en amarga pérdida. Un accidente. Una explosión en el cielo. Un herido al que se debía cuidar.
Las perlas se quedaron guardadas en el tocador. El búho no dejaba de ulular, y la lluvia que caía acercaba cada vez más los cocodrilos y los hipopótamos a nuestros tristes cuerpos que casi yacían sin vida, atados a los juncos, los juncos que nos verían perecer.
No recuerdo cómo acabó todo aquello. Debo volver a leer lo que se escribió sobre aquel famoso capitán. Las inciertas ilusiones que se mostraban como espejismos y la voz ronca, el látigo impertérrito de quien me ganó y perdió a cambio su vida poco a poco.
Atrás quedan entonces los recuerdos de los barcos que navegaban por el ancho Mar Rojo, y se adentraban hasta el sur de Egipto, remando hacia abajo (hacia arriba, dirían ellos) hasta llegar a un puerto sin nombre, donde todo se olvida y nada hermoso ocurre. Pero un día...
Llegó un angel caído del cielo. Lo cuidé y a él me ataron hasta -casi- llegar a perecer. Mi "Narcisse Noir" espera a ser abierto de nuevo, para volver a escuchar los sonidos del alma libre.
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